La sorprendente toma de Brielle (1572)
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La sorprendente toma de Brielle (1572)
Tan solo habían transcurrido cuatro años desde el inicio de la Guerra de los Ochenta Años cuando se produjo uno de esos episodios que parecen menores… pero que cambiaron el rumbo de un conflicto.
A finales de marzo de 1572, los llamados “mendigos del mar”, corsarios y rebeldes holandeses expulsados de Inglaterra por orden de Isabel I, se encontraron sin puerto donde refugiarse. Al mando de Guillermo II van der Marck, zarpaban de Dover con una pequeña flota de 24 naves y unos 200 hombres. Cansados, hambrientos y desmoralizados, pusieron rumbo hacia Zelanda y Holanda.
Fue entonces cuando, buscando víveres y descanso, desviaron sus barcos hacia la ciudad de Brielle, a través del río Mosa. Y allí se toparon con la oportunidad de sus vidas: la ciudad estaba desguarnecida, sin tropas y casi sin habitantes, pues en pleno invierno nadie esperaba un ataque fluvial.
Los rebeldes se dividieron en dos grupos, entraron por norte y sur, y apenas hallaron resistencia. En cuestión de horas, Brielle estaba en sus manos.
El Duque de Alba, gobernador de los Países Bajos españoles, reaccionó enviando refuerzos desde Utrecht bajo el mando del conde Bossu. Pero era demasiado tarde: los corsarios ya se habían fortificado y rechazaron el contraataque.
Aunque no fue una gran hazaña militar —la ciudad estaba prácticamente vacía—, la toma de Brielle se convirtió en el primer gran triunfo simbólico de los rebeldes holandeses. A partir de ese día, la confianza de los insurgentes creció, arrastrando a Holanda y Zelanda a unirse a la rebelión contra Felipe II. Solo unos días después, el 6 de abril, los rebeldes tomaban también Flesinga, marcando el inicio de una cadena de conquistas que encendería con más fuerza la guerra.
Brielle, más que una batalla, fue un golpe de suerte convertido en mito fundacional para la independencia holandesa.