LA BATALLA DE RAGUSA

LA BATALLA DE RAGUSA

EL DÍA EN QUE EL ADRIÁTICO HABLÓ ESPAÑOL

El valor del mar español frente al poder de Venecia

El 22 de noviembre de 1617, las aguas del Adriático fueron escenario de una de las batallas navales más audaces del siglo XVII: la Batalla de Ragusa, donde la flota española, al mando del almirante Francisco de Rivera y bajo las órdenes del III Duque de Osuna, Don Pedro Téllez-Girón, infligió una dura derrota a la República de Venecia, entonces aliada con Holanda.

Aquel combate, casi olvidado por la historia, fue una muestra del ingenio y el coraje de los marinos y soldados de los Tercios embarcados, que con menos naves y hombres se impusieron al poderío veneciano, consolidando la hegemonía naval española en el Mediterráneo.

España en el tablero europeo

Nos encontramos en plena Tregua de los Doce Años (1609–1621), un periodo de aparente calma en la Guerra de los Ochenta Años contra los rebeldes holandeses. Pero mientras el norte de Europa descansaba, el Mediterráneo hervía de conflictos.
La República de Venecia combatía a los Habsburgo austriacos en la Guerra de Gradisca, y la vecina Saboya, aliada con Francia, se enfrentaba a Mantua, protegida por España.

En este complejo entramado de alianzas, Venecia prohibió el paso de barcos españoles por el Adriático, intentando aislar a los austriacos de la ayuda de Nápoles y Milán. Aquello fue un golpe directo al orgullo español y al control marítimo del virrey de Nápoles, el Duque de Osuna, quien no tardó en responder.

Rumbo a Ragusa

El 9 de noviembre de 1617, la flota española zarpó del puerto de Brindisi. Eran unos 15 galeones, reforzados por 2.500 hombres de los Tercios embarcados.
Frente a ellos, en el horizonte de Ragusa (la actual Dubrovnik), les aguardaba el poderoso ejército naval veneciano del almirante Lorenzo Veniero, con 18 galeones, 34 galeras, 6 galeazas y más de 5.000 hombres, entre ellos 2.000 mercenarios holandeses.

Durante horas se tantearon las fuerzas. El viento, contrario a los españoles, impedía maniobrar con eficacia. La jornada se alargó en un duelo artillero lejano, hasta que la noche impuso un silencio tenso sobre el mar.

Pero los españoles no iban a esperar.

El amanecer de fuego

Antes de despuntar el alba del 22 de noviembre, el viento cambió. Ahora soplaba a favor de los españoles.
El almirante Rivera ordenó virar y situarse a barlovento de la formación veneciana, ganando ventaja táctica. Las galeras españolas cargaron con valentía, abriéndose paso entre el fuego enemigo mientras los arcabuceros y mosqueteros disparaban desde cubierta con precisión letal.

La maniobra fue magistral. La formación veneciana, en media luna, se rompió, sus galeras chocaban entre sí, y las galeazas quedaban a merced de la artillería española. Los cañones de Rivera destrozaron varias embarcaciones, y el desconcierto se apoderó del enemigo.

Aunque no se logró abordar ningún buque veneciano, el desastre para la Serenísima fue total. Más de 4.000 bajas venecianas frente a unas 300 españolas dejaron claro quién dominaba aquel mar. Solo una repentina tormenta salvó a los restos de la flota veneciana de una aniquilación completa.

Victoria y legado

La Batalla de Ragusa fue un triunfo rotundo de la marina española, lograda gracias al arrojo, la disciplina y la táctica de sus hombres.
Con ella, España reafirmó su supremacía en el Mediterráneo, demostrando que ni la República de Venecia ni sus aliados protestantes podían desafiar impunemente su poder naval.

El Duque de Osuna escribió más tarde:

“Dios fue con nosotros, y el viento nos quiso bien.”

Ragusa quedó como símbolo del ingenio marinero y del espíritu indomable de un Imperio que aún, en tiempos de paz, sabía guerrear con honor.

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